martes, 24 de febrero de 2009

Ocho.

Y dejo de creer ciegamente.

Alguna anomalía me hizo ver las cosas como eran realmente, y me dieron puras ganas de ser ciego para siempre.

Es que a veces la ignorancia acomoda.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Siete.

Se sintió triste inexplicablemente. Era sentir la ausencia de algo, como si le faltara una parte de si mismo.

Digamos que no es muy expresivo. Ni con el resto, ni consigo mismo… Con nadie. Tiende a escuchar canciones con ideas positivas, con detalles de aquellos que le gustaría que abundaran en su vida. Y no sabe lo mal que le hacen; lo llevan a un estado en donde lo único que termina haciendo es preguntarse repetidas veces “¿Por qué no a mi?”.

Cuando lo piensa cae en un espiral de pena inexplicable (insisto con lo de inexplicable). Siente el peso de todo lo que no ha vivido, y el arrepiento por no haber actuado lo supera de sobremanera.

Escucha acordes agudos, de esos que deberían animar. Pero en él no cumplen la función correcta; es como que le trajera de vuelta recuerdos malos. Ósea, así es la sensación; los recuerdos malos no existen.

Y tal es la carga que no le queda más que tomar asiento frente al ventanal a eso de las 7, aguardando a que el sol le dé en los ojos, dejándole la mente en blanco y el corazón insensible, con la esperanza de que el correo no sean spam o cadenas, y que el teléfono ya no sea la empresa de cobranza.