Podría apostar que este último mes me he sometido a más de 800 preguntas.
Son al menos 340 ejercicios matemáticos, de todos los tipos. No me quiebro la cabeza cuando me complican, aprendí a omitir / aceptar mi ignorancia.
Con 150 textos e inferencias, mi vida se ha convertido en un instante, y mis escapes a la realidad se reducen a una pantalla y un teclado conectado con el mundo.
Voy viajando en una burbuja.
No se cuantas cosas he aprendido y ejercitado; no tengo donde ni como ponerlas a pruba. Me sería muy útil, por ejemplo, analizar lo que dicen tus miradas, inferir lo que no se ve de cada sonrisa y leer, así textual, cada linea de tus manos. Sentarme a tu lado y comparar tu hoja de respuestas con la mía, no con el fin de compiar, no, sino que para ver que tanto has respondido, cuan diferentes están las alternativas y finalmente cuales puntos, en blanco, has omitido.
Así se piensa desde la burbuja.
A eso de las 9 se revienta, y así, desarmado y con dolor de ojos, me enfrento a algo desconocido. No hay teoremas que me indiquen como solucionar la vida misma, y los conectores que han tejido mi realidad pasan tan desapercibidos que ya no se si niegan, avalan o les dá lo mismo las cosas que han conectado
Sin burbuja me da frío.
Luego de andar unos minutos entre autos y almas apagadas, noto lo frío que siento ese lugar entre los ojos y sobre la nariz. Luces, fugaces, prenden y apagan mis miradas, que cansadas por los intentos vanos ya no buscan nada más que palabras donde refugiarse del mundo. Y así, como si fuese lo más normal a esas horas, una lagrima vacía que no logra salir del todo se asoma.
A veces quiero responsabilizar a las 100 lecturas diarias, al frio y a la presión atmosférica. Y no.
Es que en el fondo, siempre ha querido salir y ya.