Así que camino por las calles de siempre y algunas de nunca; comienzo a observar y nutrirme. Pienso en la gente, en la calle, en la arquitectura y diseño, en las cosas de la vida y en la vida en sí. Casi como eslabones de una cadena que va de mal en peor, cada tema propone otro, y de pronto la gracia es preocupación, y la idea se convierte en problema y aflicción. Las calles son mapas que me sé de memoria; asocio personas, detalles y momentos a cada cuadra, a veces olores o canciones. Estructuro los recuerdos en base a recorridos de micro y los kioscos que aun venden 4 sunnys en $100; recorro con canciones que muchas veces no dicen nada hasta que suenan dentro con un eco terrible; los recuerdos, cual montañas, tiritan.
Avanzan las horas y las luces ya no son las mismas. Entonces la ciudad brilla con luces falsas, plásticas, blancas como ninguna real. Disfrazan los grises con luces de navidad, el olor a orina con las amarillentas luces de la vía pública, la calidez con velas de alguno que otro local que aun está en happy hour. Los miro a todos; son muchas vidas, que al mismo tiempo son configuraciones de elementos que suman o discriminan para formar un cúmulo de ideas y emociones que se sientan y comparten un pisco sour aislándose de la ciudad, encontrando calor en el otro, en la luz que ilumina la inestable mesa donde descansa una vela que no ilumina, sólo tiñe, y un pocillo con un poco de maní.
Tal vez es tarde y me estoy atrasando. Tal vez es hora de volver, pero aun no me llaman para regresar a casa y tampoco sé como hacerlo. El metro está a un paso, pero no sé como volver a casa, lo olvidé en alguna parte del recorrido, como todo, como siempre. No sé volver a casa, así que bajo aun más al centro de la ciudad, bajo aun más y más profundo, entonces ya es la hora de las niñas de vida "licenciosa", que saludan, ofrecen, gritan. Me da miedo, pero no lo voy a demostrar; saludaré mientras pienso que alguna vez podría resultar bueno escribir acerca de alguna experiencia así, cual aquí en vivo u otro programa de ese tipo. Entonces llego a un punto en que podría fácilmente detenerme, sentarme hasta el punto de hacer las ideas llorar, como quien se fuma un cigarro, pregunta la hora o simplemente encuentra un papel brillante en el suelo y no logra dilucidar si es un envoltorio de un dulce o de un condón.
Tomo la micro que corresponde en la calle que corresponde; intento dormir un poco pero no puedo; ya es tarde y nadie me ha llamado aun. No voy a leer porque tal vez sea para peor. No escucharé música porque ya es tiempo de volver, de salir a flote, de enrutarme directo a casa.
Entonces llego, saludo, como algo y prendo el compuntador. Me recuesto en la cama y pongo música; el ventilador del pc parece ronronear al mismo ritmo que mi gata. Converso y duermo alternadamente hasta que decido apagar el pc definitivamente: es hora de dormir.
Entonces apago todo, cierro todo, y me pregunto cuando será el momento de volver a casa, dónde fue que me perdí que no volví nunca más. Me pregunto por el norte, la ruta, el camino y otras dimensiones de las cosas. "Estoy como estancado", pienso. Abro la ventana, miro la luna y duermo con un rayo que parece partirme la cara en dos; una parte con los ojos y la otra sin nada.
Entonces apago todo, cierro todo, y me pregunto cuando será el momento de volver a casa, dónde fue que me perdí que no volví nunca más. Me pregunto por el norte, la ruta, el camino y otras dimensiones de las cosas. "Estoy como estancado", pienso. Abro la ventana, miro la luna y duermo con un rayo que parece partirme la cara en dos; una parte con los ojos y la otra sin nada.
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