Estoy odiando unas líneas que ni sé si existen, que suelen imponerse entre lo que quiero y lo que es. Si bien parece algo super emocional y metafísico, estoy odiando también el hecho de sentir como estas mismas lineas se imprimen en una cama, o en una pista de baile, que se yo.
Me cansa un tanto el asunto; eso de saberme presente pero nunca del todo. Es como si constantemente estuviese aspirando a convertirme en alguien que no llega, porque en el fondo está destinado a ser siempre menos de lo que esperaban. A veces asumo que es mi culpa; un poquito de ego suponiendo que todo saldrá tal y como lo planifico cuando la verdad se escurre entre los abrazos que no consigo y las palabras que no escucho. Cómo me gustaría que las cosas fuesen diferentes, suelo pensar. Cómo me gustaría. Pero entonces me imagino en un ajedrés, y seguramente por más que quiera y aspire no podré hacer ciertos movimientos no permitidos. No podré llegar más lejos de lo que ya he llegado ni podré alcanzar el extremo que me convertirá en una pieza privilegiada. No es que lo esté dejando todo en el camino. Nunca se trató de un ejercicio de esfuerzo. Es otra cosa; una pretención lógica que aun, contra a todo, espera a que lo bueno al fin suceda.
Tampoco se trata de que nada bueno ocurra, claro. No quiero desmerecer lo que ha pasado, pero por qué no sufrir un rato por lo que no consigo? Por qué no ser más valiente y asumirse como un fracaso aspiracional?
Al menos por un rato poner los pies en la tierra y respirar. Respirar, porque es mejor eso a seguir esperando abrazos. Es mejor eso que suponer que luego del abrazo se vendrá una vida completa, como un conjunto de triunfos felices que incluyan gatos, vasos, cortinas, cojines, sábanas, ollas y camas. Guardar la imagen ideal en un cajón y seguir viviendo la vida como tal.
A ratos me pregunto hasta donde se puede llegar así, con la cabeza en tantas partes y el corazón en ninguna.
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