Cuando descubrió la solución se espantó. No concebía la idea de olvidarle tan abruptamente, de sacarle de su vida como si no fuese más que un atado de memorias sin resolver, para así terminar con un sentimiento sin razón que le quemaba por dentro. Mas no lo pensó demasiado; tomó el teléfono y le citó.
Caminó lento, sabiendo que se verían donde siempre, donde comenzó todo. Y muy probablemente, sería la última vez que estarían juntos así, voluntariamente. Esto le hizo pensar en las vueltas de la vida: "No eran circulos, era un espiral. Sí...".
Las luces de los autos le daban otro aire a Providencia, como si se ubiesen puesto de acuerdo con el nublado atardecer, los faroles y las ojas secas en crear el ambiente más desgarrador para un adiós programado. El viento aparecía a ratos, como queriendo hacer acto de presencia en la escena, aumentando el frío, el celeste, haciendo bailar las ojas del piso al rededor de sus pausados pasos...
No sentía los piés... "El frío" se dijo... Pero cuando no sintió su corazón no encontró excusa. No sabía lo que hacía. Aún le quería y casí lo olvidaba. "Amnesia" pensó durante un segundo... al otro ya lo había olvidado, mientras que uno que otro recuerdo azaroso le aparecía como un flash, flash que nunca le pareció haber vivido.
Paró en un semaforo y descubrió que tenía puestos los audifonos escuchando nada. Prendió el mp3 y puso la única playlist que tenía. Avanzó al ritmo de la música, mientras pensaba en la razón para escuchar esas letras tan cargada de imagenes... Cada frase exaltaba recuerdos, como si fuesen el mejor remedio para su olvido.
Luego de casi 15 minutos de recuerdos vió que se acercaba a lo lejos. Llegarían al mismo tiempo. Se sacó los audifonos, olvidó apagar el mp3, dejándolo en el bolsillo del abrigo.
Le encontró en una banca, esperando con una sonrisa que no hacía juego con el panorama; era como una luz en las penumbras. Vestía de los colores más eléctricos que su memororia le permitía recordar. Se sentó a su lado en silencio, mientras miraba sus pies en un estado de nostalgia profunda. No sabía lo que hacía.
- Hola, ¿nos conocemos? - le dijo sin dejar de sonreir.
Extrañado por la pregunta le miró en silencio. ¿No le reconocía?
En un segundo, un perro se paró frente a ellos, como exigiendo una caricia. Al mismo tiempo, tres hojas caían frente a sus ojos; 2 terminaron su recorrido en el suelo, una en sus piernas. El semaforo cambió de color al momento que dos escolares corrieron para alcanzar a pasar sin ser atropellados por un bus que no hizo ni el intento de detenerse.
- Hey... ¿Nos conocemos?- le dijo sonriendo.
Extrañado le miró completamente... Su sonrisa parecía darle calor a la fría noche, alumbrada por la tímida luz de los faroles que parecían buscar que algo sucediera. Sus ropas eran de colores fuertes, que parecían resaltar más aún con la palida luz que los alumbraba.
- Creo que no - respondió luego de pensarlo muy poco - Soy Jaime - Sonrió de vuelta para dar paso a un silencio que duró lo necesario para dar paso a una conversación como nunca antes la había tenido.
A eso de las once partieron cada uno por su lado, un abrazo, un beso tímido, cambiando numeros y quedando de encontrarse al día siguiente, a la misma hora, en el mismo lugar.
Jaime se fué feliz, sin saber que aquella persona cada día aparecía en su vida, a la misma hora, en el mismo lugar, dándole las tardes más perfectas de su vida y una felicidad instantanea que luego de unas horas daba paso al pesar de una enfermedad que le carcomía los ideales, y el remordimiento de fallarle a su mal llevado matrimonio.
Tanto se sentía, tanto, que cada tarde, a eso de las seis le llamaba, pedía una cita y se disponía a terminar todo lo que podría haber sido, sin saber que con ello estaba dando paso a conversaciones interminables, besos puros, caricias acopladas en movimientos torpes y una relación de lo más extraña y romántica.
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