De pronto no tienes idea de si el partir de cero una vez más es una idea buena; es enero de nuevo, y cada día en otra vida fue exactamente otra cosa. Tienes en la boca el gusto de la equivocación, y caes recurrentemente en las mismas calles que te llevaron a perder todo cuanto tenías; el tiempo, el espacio, el ser. No sabes hasta que punto sea bueno que enero esté acá, porque febrero y marzo no se detendrán; a estas alturas cada paso está cubierto de miedo porque el orgullo te impide caer de nuevo en lo mismo.
Ruegas por obtener de una vez por toda algo real, pero parece ser que con tu corazón ya no se puede, al menos no hoy por hoy. Vas cayendo en los malos pasos, en la vida de quien mató a palos su memoria. Te refugias donde no te encontrarán; haces tuyos espacios terribles y terminas por hacerte cada vez más parte de la ciudad que te consume. Ya no hay horas ni fechas, el caminar es un deporte para la mente. No sabes nada, y si algo supiste se quedó en el camino. Te has convertido en un cobarde, y como todos los cobardes sonríes y hablas y compras y bailas, pero no serás capaz de mirar a los ojos a nadie, nunca, por miedo a ver en ellos cuanto buscas y no tienes. En una dinámica enferma terminarás consumido por ti mismo, en la soledad de una isla en un archipiélago. Todos están ahí, y afuera hay un mundo. En cambio tú no estás ahí, y tú mismo, por completo, eres tu mundo.
1 comentario:
La gran condena pública.-
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