martes, 15 de noviembre de 2011


"Entre la Maga y yo crece un cañaveral de
palabras, apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama
pena, mi amor se llama mi amor... Cada vez iré sintiendo menos y recordando
más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario
de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el
discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro,
entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se
vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera
cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe cualquiera
de nosotros. (...)  Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire,
girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor
con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los
busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe,
igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden
sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden
misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las

verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en
prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser
absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame
entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos."

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