miércoles, 7 de noviembre de 2018

La noche que elegimos

No puedo dejar de darle vueltas a tu oscuridad. No porque me preocupe, sino porque simplemente le perdí el miedo o algo así. No me aterra. No me mata. No me daña más de la cuenta.

Estoy tratando de buscar las palabras para lograr verbalizar y al fin contarte que, finalmente, si la decisión está en mis manos prefiero ante todo elegirte a ti. Porque eres la noche que necesito para que el día tenga sentido. Porque aunque no lo veas así, también eres día. Eres lo luminoso, lo vital, el estímulo de mucho, el motor casi cafeínico de días que de manera ilusa pienso que funcionarían sin ti.

Vuelvo a hablar de la noche porque es lo que nos convoca: no le temo. No le temo porque ya es parte de mi. Es parte de lo que somos y hacemos. Porque dentro del misterio y oscuridad que entrega hay una belleza que identifico, a ciegas, casi tanteando, y que disfruto. Porque en esa pérdida de un sentido tengo otros que desarrollo, que se expanden y me ayudan a descubrir esa figura tuya, que dentro de la noche se dibuja y toma presencia en mi noche. Y me gusta. Y quiero tenerla así, temerosa de sus movimientos a ciegas, que aun simulando una aclimatación total (con una seguridad soberbia) sigue siendo frágil.

En tu noche hay fragilidad. Lo sé porque lo he visto en ti. Lo he visto porque aun en la oscuridad hay una parte cristalina tuya, que no sé de donde proviene pero que existe, que reclama un espacio y se hace presente. Y te acaricio en la oscuridad porque entiendo que detrás de esa figura tuya hay un dolor que se esconde, porque te sientes un fantasma incompleto, que muy en su rol cree que la alternativa más fácil es asustar y alejar en vez de formar parte de un algo sustancial. De un cuerpo.

Así es como al final me entrego también a tu noche, sin pretender iluminar nada, sin pretender que todo estará bien. Es una aventura siempre, y nos tornamos indescifrables. ¿Acaso no se ha tratado siempre de eso? Porque al final, ¿Qué nos hace pensar que después de tanto nos conocemos a cabalidad? ¿Acaso después de cierto tiempo nos agotamos? He ahí la magia de la noche. Nos matiza, como un manto que cubre, donde al fin logro ver esos destellos que, estoy seguro, ignoras completamente. Y es ahí cuando descubro que ese manto que se extiende jamás es infinito. Ahí también otro punto de disfrute; ese lugar al final de la noche, ese límite donde comienza a aclarar y vemos a contraluz quienes somos de la manera más frágil de todas. Casi traslúcidos. Queriendo escondernos para no dejar al descubierto que en el fondo seguimos vivos. Que entramos y salimos de la oscuridad con algo más o algo menos. Que la noche nos cambió.

Si me preguntas, te quiero con tu noche. No me comprometo con tu oscuridad, sino contigo por completo. Con tu luz y sombra. Con tu figura que tal como un claroscuro no se configura sin una oscuridad que en algún punto lo devore todo.

Te quiero así, y no hablo de defectos ni virtudes. Te quiero sin juicios, porque es lo que eres, y una vez conmigo, lo que somos. Te quiero así, parte de mi.

Así que olvida tu creencia de que hay algo mejor a plena luz. La realidad nunca se trata de eso. Hay magia en la noche, y después de esta última noche me queda claro que te necesito aun con todo lo que eso acarrea.

De ahora en adelante para mi es sólo desesperación, porque quiero decirte todo ahora, quiero llamarte a las 4 am y hacerte entender de que te necesito con todos tus matices. Que de tu oscuridad también brota en mi algo que crece, que se fortalece, que me presiona a avanzar y crecer. A ser mejor, para ti y contigo.

Eres la noche que elijo, y no digo que si te vas no vayan a existir más noches. Siempre hay días y noches. Pero tu eres mi noche. Eres la noche que, entre las sombras y destellos, elijo.




No hay comentarios: