Se muere de frío y miedo a eso de las tres y media. Los temblores no cesan, la oscuridad no perdona. Las nubes no se marchan y el cielo, por pedazos intermitentes, aplasta lo que alguna vez fue su mundo.
Cada vez tiene menos sentido todo; es peso, es pena, pero nunca con sentido. Aun espera esa sensación de despertarse y ver que todo está donde lo había dejado antes de dormir.
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