sábado, 30 de mayo de 2009
Dieciocho.
Vuelve a casa caminando como si nada. Golpéa como con furia la puerta, y luego de un buen rato le abre su hermano con cara como de pánico. Lo ignora. Se cruza con su hermana, que mientras se pinta pide explicaciones. Le dice "algo se me quedó" y ya. No hay tiempo para explicaciones.
Llega a su pieza, toma el pase de su repisa y, al girar, su mirada se posa en una chaqueta que dejó sobre la cama. La mira, duda y luego se saca la que llevaba puesta para cambiarla por la recien vista.
Toma el bolso, se pone los audifonos y sale.
Llega a la esquina, la micro no pasa. No se desespera; toma un libro y, de pie, lee unas 5 páginas. Pasa la micro y para frente a él. Se sube.
Vuelve al libro, y lo lee sin pensar en nada más hasta encontrarse con la siguiente frase: "Está lloviendo en macondo". Se le erizan de pronto los recuerdos; le pinchan por dentro de las venas. Un lugar de él que durante mucho tiempo mantuvo Stand By está por volver. Algo pasó.
No sabe por qué, pero comienza a sentir ese vacio en la boca del estomago, tan común en momentos de ansiedad. Sus ojos se enrojecen, más no lloran. No.
Justo ahora, solo, descubre una pena que ha arrastrado ya desde hace mucho, y sin más compañía que la de frías almas extrañas y melodías urbanas, siente los efectos esa pena.
Busca con la mirada un abrazo, mas las otras almas, extrañadas ante tal petición, comienzan como avergonzadas a evitar el contacto visual.
No tiene nada.
Baja de la fría jaula común para entrar en el gran espacio vacío en que se convierte santiago por estas temporadas; como si él frío espantara, las calles están en silencio.
Ama el frío, independiente de lo feas que le ponga las manos, pues este le ayuda a pensar más en si mismo.
Descubre de a poco, paso a paso, que durante mucho tiempo ha tenido los ojos cerrados. Cerradísimos y apretados, y todo a conciencia.
Disfrutaba de una soledad envidiable; no necesitaba de nadie más.
Mas hoy no. Hoy si necesita de alguien y no tiene a nadie.
Se hace un espacio en el último vagón del metro mientras ve como algunas gotas perdidas chocan con la ventana. Así, según él, le pasó. Caía y caía tranquilo. Siempre sin mirar abajo.
Cometió un error grave; nunca asumió que, tarde o temprano, tocaría suelo.
Observa tímidamente por sobre el hombro de alguien un rostro no familiar. Pero parece triste.
Siente toda la tentación de acercarse para darse una oportunidad, ambos, y compartir este mal momento. Pero no funciona así esto.
Y como siempre, incluso cuando quiere mucho, se arrepiente de lo que ha estado por llevarse a cabo, etiquetando el acto como un momento de poca lucidez.
Baja del metro perdido en pensamientos que no se detienen ni lo harán; sabe a lo que estos quieren llevarlo, pero no quiere darlo por hecho; asumir lo solo que está y que, muy posiblemente, esté involucrando sentimientos en la imagen de una alma que jamás le mirará como una opción válida no es fácil.
Se deja guiar por la inercia mientras la rutina lo lleva al destino. Siempre es así; no es capaz de enfrentar a la inercia ni a la rutina y termina exactamente donde no le corresponde.
Luego de un largo día lleno de pensamientos que en espiral lo hunden más y más, llega a casa. Saluda como siempre, deja las cosas a medio camino, como siempre, y come algo, solo, como siempre.
Al terminar va a su pieza y enciende el pc mientras ordena un poco.
"Está lloviendo en macondo"
"Sí" piensa resignado "Y bastó que todo se inundara para que lo notara".
martes, 26 de mayo de 2009
Diecisiete
Recurro entonces a los recursos más absurdos para olvidar que existes, como dibujar paisajes que lentamente se convierten en tus ojos, o escribir palabras por escribirlas y terminar definiendo cada sentimiento que me viene implícito tras tu nombre. Termino haciendo poemas, esos que, indirectamente, gritan un "Te quiero más de la cuenta".
A veces, es mejor no verte. Sí. Porque para cuando lo haga, me será imposible no perderme en tus facciones, y no resistiré la caída hasta lo más profundo de tus ojos. Dejar una distancia prudente entre tu y yo me será de gran dificultad , tomando en cuenta lo impulsivo de mis brazos que mueren por abrazarte una vez y otra más. Y si no hablo de mis manos es porque no han tenido el placer de conocer tus texturas, de haberlo hecho, te lo aseguro, mis caricias jamás te abandonarían.
Pero no sé cuanto quieres en verdad de mí.
A veces quiero quererte, y no me importa cuanto más de la cuenta. Pero le temo a tu dolido corazón, ya frágil producto del frío, la melancolía y la soledad. Le temo tambien a tus ideales, seguramente no llego ni a los talones del estereotipo que has esperado toda tu vida. Compararme con ellos sería convertirme en la nada misma.
A veces sería noble quererte más de la cuenta. Mas hoy solo te quiero mucho, y eso, creo yo, cuenta.
Dieciséis
Me gusta la lluvia. Me gusta caminar y no pensar en nada más que las gotas golpeandome lento, acompañadas de un aire frío, ayudandome a olvidar el tiempo, mi edad (que según dicen, ya no es la de quien hace de la lluvia un pasatiempo) e incluso mis problemas.
La lluvia cura algunas heridas.
Hace unos minutos le dije a un muy buen amigo "... Es que los días así nos traen a la memoria aquello que los días de calor logran dilatar entre nuestras neuronas...". No sé si será objetivo. A mí al menos me pasa.
Los días así tienen sus Pro y sus contra. Cuando amanece nublado, lo último que quiero hacer es levantarme. No quiero salir al frío, no quiero lavarme la cara ni ponerme el uniforme con que me disfrazo a diario. Sin embargo lo hago, porque en el fondo de mi mente sé que es una trampa de estos días; una trampa que se traza entre el otoño y mis sábanas.
Una vez atravezado el primer obstáculo, se abre un mundo de posibilidades; ¿Lloverá? ¿Será necesario abrigarme más? ¿Hará calor en la tarde?
Con días así no se sabe, y vestirse es como el cocinar para una fiesta donde no se sabe cuantos invitados llegarán... o no es suficiente o sobra.
Trampas así abundan cuando las nubes y el viento dialogan con ojas amarillentas que se resisten a la caída como si eso las llenara de honor, y el sortearlas es cosa de sabios.
Sin embargo, la trampa más grande es la que tenemos en nosotros mismos preprogramada, como Stand By hasta la llegada del otroño. Cerca de Junio, los recuerdos comienzan a acumularse en la puerta de la conciencia, y con las primeras gotas caídas del cielo comienza a filtrarse entre las rendijas una melancolía inexplicable, llena de pasado, llena de ayer, llena de todo lo que quisimos enterrar en las catacumbas de nuestra memoria. Caímos en cuenta de lo mucho que hemos dejado, de lo mucho que extrañamos, de lo mucho que necesitamos aquello que ayer si poseímos.
No hay caso con el otoño.
Por mi parte, la lluvia me da miedo; me es sinónimo de soledad. No sé, tal vez sea porque no he compartido una lluvia con nadie, y hace mucho que no camino con paraguas para dos.
Nadie sale de casa mientras llueve; todos se acuestan, todos menos yo. Y quedo, irremediablemente, solo.
Me gusta la lluvia. Me gusta sentirla en mis brazos, en mi cara, en mi pelo. Porque en el fondo, bien en el fondo, la lluvia es mi única compañía por estos días.
domingo, 24 de mayo de 2009
quince
Odio los cables a tierra; tienden a arrebatar toda la magia de los grandes días.
No sé en realidad que le dá a este cabro por ponerse a pensar en problemas a eso de las 4:30Am, esa hora en que está tan solo que ni yo mismo, desde mi estratégico punto en el centro izquierdo de la caja toráxica, puedo animarlo mínimamente.
Es que está solo y no lo asume. O lo asume y no hace nada para cambiarlo.
No sé que será peor; el problema o su conformidad enfermante.
Tiende a decir que sí, que es fuerte de mente y que todo el poder que necesita está ahí. Pero no es así; este pajarraco me ha ignorado tan seguido que ya no se da cuenta de las enmarañadas estrategias que le he tendido en su vida. Y vallan ustedes a saber cuantos frutos me han traido... algunos podridos, otros no tanto...
En pocas palabras, cree que tiene el control de todo... Pobre iluso.
jueves, 14 de mayo de 2009
Catorce
Independiente de que ya no confíe ni en mi, necesito tacto. Sí. Tacto y todo lo que conlleva, onda textura, temperatura y quien sabe cuanto más. Es que ya me canso de esperar nada, me canso de una lucidez enfermiza que termina drogandome aún más que cualquier melodía o humo insano, haciendo añicos cuando color encuentra en el mi reducido mundo,que ya se congela, lento, de adentro.
Por ello, extiendo mi mano.
Porque me consta que existes en alguna parte, y que tus ojos serán lo suficientemente vivaces para ver cuanto te necesito. Pienso que, seguramente, tus manos serán mucho más suaves que las miles de respuestas que he encontrado en mi triste caminar.
Porque eres causa y efecto de lo que siento, y donde sea que estés, tarde o temprano, te darás cuenta de que sí, aún hay quienes estamos dispuestos a querer. Pero no así como así; y no es que pida mucho. No. Sólo necesito de tí, un segundo de seguridad. Un segundo de tacto.
Es que necesito tu mano.
Luego vendrá lo demás, seguro. pero ahora no necesito más que estar junto a tí, un segundo, un minuto... Un día, una vida... Pero siempre de tu mano; que al fin, luego de mucho andar, encontró entre los miles de te quieros perdidos y los rescoldos de amores mal consumados (que, por cierto, abundan en esta ciudad) una mano fría y perdida, escondida de la verguenza en los callejones de lo absurdo, donde los sueños congelados por el paso del tiempo esperan por gente como tú, que creen que gente como yo puede necesitar mucho más que un apretón de manos o un beso frío.
Yo por mi parte estaré nervioso, sonriendo, con esa risa que no conoces bien pero te encantará cuando te enteres de cuantos te quieros está aguantando.