martes, 26 de mayo de 2009

Dieciséis

Me gusta la lluvia. Me gusta caminar y no pensar en nada más que las gotas golpeandome lento, acompañadas de un aire frío, ayudandome a olvidar el tiempo, mi edad (que según dicen, ya no es la de quien hace de la lluvia un pasatiempo) e incluso mis problemas.

La lluvia cura algunas heridas.

Hace unos minutos le dije a un muy buen amigo "... Es que los días así nos traen a la memoria aquello que los días de calor logran dilatar entre nuestras neuronas...". No sé si será objetivo. A mí al menos me pasa.

Los días así tienen sus Pro y sus contra. Cuando amanece nublado, lo último que quiero hacer es levantarme. No quiero salir al frío, no quiero lavarme la cara ni ponerme el uniforme con que me disfrazo a diario. Sin embargo lo hago, porque en el fondo de mi mente sé que es una trampa de estos días; una trampa que se traza entre el otoño y mis sábanas. 

Una vez atravezado el primer obstáculo, se abre un mundo de posibilidades; ¿Lloverá? ¿Será necesario abrigarme más? ¿Hará calor en la tarde?

Con días así no se sabe, y vestirse es como el cocinar para una fiesta donde no se sabe cuantos invitados llegarán...  o no es suficiente o sobra.

Trampas así abundan cuando las nubes y el viento dialogan con ojas amarillentas que se resisten a la caída como si eso las llenara de honor, y el sortearlas es cosa de sabios.

Sin embargo, la trampa más grande es la que tenemos en nosotros mismos preprogramada, como Stand By hasta la llegada del otroño.  Cerca de Junio, los recuerdos comienzan a acumularse en la puerta de la conciencia, y con las primeras gotas caídas del cielo comienza a filtrarse entre las rendijas una melancolía inexplicable, llena de pasado, llena de ayer, llena de todo lo que quisimos enterrar en las catacumbas de nuestra memoria. Caímos en cuenta de lo mucho que hemos dejado, de lo mucho que extrañamos, de lo mucho que necesitamos aquello que ayer si poseímos.

No hay caso con el otoño.

Por mi parte, la lluvia me da miedo; me es sinónimo de soledad. No sé, tal vez sea porque no he compartido una lluvia con nadie,  y hace mucho que no camino con paraguas para dos.

Nadie sale de casa mientras llueve; todos se acuestan, todos menos yo. Y quedo, irremediablemente, solo. 

Me gusta la lluvia. Me gusta sentirla en mis brazos, en mi cara, en mi pelo. Porque en el fondo, bien en el fondo, la lluvia es mi única compañía por estos días.

1 comentario:

matías alejandro dijo...

Es raro.


Bueno, a estas horas de la madrugada me es dificil canalizar todas las ideas, experiencias y hechos que se me vinieron a la cabeza. Tan sólo se quedan ahi, y mis dedos por ahora no pueden hacer que esas historias salgan y se plasmen en esta plataforma...

Salgamos? Soy otro de esos que salen a disfrutar estos días, a mojarse el pelo, la cara, sentir como tus ojos se cierran inseguros aguantandose las ganas de asomarse y saludar alguna gota directamente. Que la piel de nuestras manos se bañe en esa agua que naturalmente llega a nosotros, al igual que los recuerdos, y aun asi quedo, bajo la lluvia, "irremediablemente solo".


Un abrazo grande!