Mi problema con las casualidades tiene que ver con que al ser estas carentes de toda lógica, mucho de todo se termina fundando en una dimensión donde más de la mitad del todo es lo que proyecto; nunca lo que es.
Aparte, me veo en todo el derecho de morirme de miedo cuando veo que el mundo es pequeño, que santiago es un pañuelo, que las calles me llevan siempre a donde mismo y no hay salida. Santiago es como una burbuja, y después de todo no sé si estoy dentro o soy un espectador que aguarda que de la nada todo reviente.
Me gusta mucho ver que el mundo de pronto te conduce a ciertas cosas que parecen buenas, pero la verdad de todo es que no quiero por nada del mundo volver a sentir la ciudad como la sentí hace algún tiempo: como un escondite, una válvula de escape, un respiro. Las calles, por claras u obscuras que parezcan, nunca serán un lugar para uno. Nunca, de hecho, serán un lugar; son espacios intermedios llenos de transeúntes que dejan un lugar para llegar a otro. No hay que confiar en las calles, porque si algo ha de suceder sucederá seguramente ahí. No hay que confiar, no, no debo confiar.
Y si bien reconozco que el haber aprendido a mirar las calles con otros ojos no fue producto de la mera casualidad sino más bien de hechos concretos/errores míos, no quiero caer de nuevo en lo mismo. Esa es la inseguridad, esa es la base de todo; ¿Para que saltar si sabes que caerás?
Si sé, se lee super mierda, pero pucha...
1 comentario:
Creo que te equivocas, no es el territorio. Es el mapa, de seguro.
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