jueves, 19 de abril de 2012

ya, ahora lo que importa...
La cosa es que me da una profunda pena que haga frío, porque me gusta, me gusta harto el frío, pero me da pena porque me gusta cuando hay café, luces, nariz helada y abrazo. Y esa falla entre lo que quiero y lo que hay, ese abismo que hace ruido e interfiere con todo, está haciendo estragos de dimensiones raras, como si en verdad nada tuviese un sentido de verdad y todo fuese este momento en que necesito, en que pienso que mi abuela tiene el corazón grande para querernos más y yo tengo los brazos largos para abrazar mejor.
Entonces me cuestiono, mucho, acerca de las capacidades y las posibilidades que tengo; capacidades, por ejemplo, de querer mucho, y posibilidades de hacerlo. Tengo brazos largos pero no hay nadie; ese tipo de trabajo mental es el que me remece. Porque sé que tal vez si estas cosas pasan es culpa mía; porque me reconozco tan joven como para no saber que cresta quiero y espero tanto de la vida como de su contenido.

Es una lata casi todo, porque siento que entre las cosas con fecha de vencimiento están las cosas que solía ser cuando tenía ganas de sentirme lo suficientemente bacán como para gustarle a alguien. No basta con ponerse la camisa linda o los zapatos nuevos. No bastan así como todas las cosas que se intentan; hay más ruido, hay más cosas que interfieren entre la realización y la realidad, y me da lata porque siempre quiero lo que no me toca.

Pareceré pendejo y podrán decir que si estoy solo es porque quiero. Y en verdad no me quejo de ese estar solo y sus libertades, es solo que estoy muy seguro de que hago un mal uso de la libertad y que preferiría mil veces amarrarme a la posibilidad de sufrir con tal de tener un sentido más dentro de mi todo.

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