jueves, 4 de noviembre de 2010

Configuraciones

El temor a hacerse viejo y la soledad me empujan a querer que la fugacidad sea la vida; que cada recuerdo quede impreso, anudándome en las memorias que quise almacenar y los puntos que quise subrayar. No sé de tiempo ni espacio cuando recuerdo; siento.
Duele el pecho por estos días, y quiero pensar que no es extrañar sino falta costumbre. Querer duele, y ese dolor se ubica en el centro de mis mandos; afecta todo en cuanto soy, dibuja formas que desconozco en mi hacer diario, erradica las ganas de dar pasos firmes.
Querer me cortó las alas, y el no ser querido me cortó las manos.
Proceso las cosas a medias; veo la mitad del mundo. Cruzo la vereda constantemente, no miro a los lados a veces. Soy la irresponsabilidad hecha carne, el lado terrible de tus ganas.
Tengo quebrado algo, vomito de pena. Estoy enfermo de dentro, pero tengo que sonreir; seguramente mañana estaré bien, seguramente todo va a pasar. Odio el tiempo, odio que no pare, odio que arrase. Odio a quien sea que me arrebató la vida con su sonrisa, a quien deboró mis ganas y a quien roba tus ojos. Odio los lazos que hice y que no manejo, odio mi enfermedad y sus putas ganas de perderme. Odio constantemente el saberme no querido; casi tanto como haber creido ciegamente. Odio pensar en el futuro, odio vivir de los recuerdos.
Odio los espacios que ya me atravesaron en ti, que me hicieron explotar, que me confinaron en la zona oscura de tus recuerdos malditos.

Me enfermo, porque sé perfectamente lo que no quiero, pero lo que quiero se complica, se extiende, se pierde, se muere o se va. Las ganas se deshacen, los motores se desarticulan, mis capacidades se llenan de incapacidades, me contamino en definitiva. Y no lo grito constantemente, pero salvarme... no sé que necesito para salvarme, porque descarto como imbécil cada paso, cada posible avance, cada evolución. Yo me estanco a porfía, porque en el fondo sé que nunca será igual que el ayer, que nunca será nada igual. Todo se fue a la mierda y hay que aprender a vivir con eso hasta que parezca felicidad, normalidad o lo más cercano a eso.

Por último, odio tu silencio ignorante. Odio tus ganas de matarme pero guardar mi cuerpo en algún lado, odio lo funcional, lo puto y lo enfermante que me hicieron sentir. Odio que te sientas tan especial como para excluirme de tu mundo métrico. Odio la idea de que cambiarme nunca sea algo malo y terrible, por el contrario, sea todo un avance.

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